En la época en que nuestros padres y los abuelos de nuestros hijos eran niños, la España en la que vivían era muy diferente a la nuestra. Aunque ahora tengan los más pequeños muchos más regalos, gastemos más en compras y en grandes comidas, hay aspectos que no han cambiado por más que pasen los años. La Navidad como un tiempo familiar, donde reencontrarse con los tuyos, llena de tradición y de buenos recuerdos a la luz de la chimenea, es algo que no se ha perdido.
Sin embargo, hay otras situaciones que sí difieren notablemente de nuestra Navidad. En primer lugar, nuestros abuelos no tenían las suerte de ser regalados por cuatro seres tan maravillosos como son Papá Noel y Los Reyes Magos, si no que tenían que conformarse con los sabios de Oriente, que el seis de enero, tal y como ahora continúan haciéndose, traían regalos.
Y los presentes que Los Reyes traían también diferían muchos de los actuales. No existía la Wii ni otro tipo de videoconsolas, además Hanna Montana, las Moxie Girls, Pocoyó o Mickey, las estrellas de la navidad actual, aún no habían nacido. Es por eso, y ha causa de la pobreza que se vivía en aquellos años, que nuestros abuelos eran felices, y mantenían viva la misma ilusión que vemos en las caras de nuestros pequeños ahora, cuando se encontraban en sus calcetines una bolsa de caramelos y un muñeco de mazapán. Era una noche mágica igual que lo es para nuestros hijos, aunque con unos cuantos euros de diferencia.
Los abuelos nos cuentan cómo, en otras ocasiones, los Reyes podían traer una libreta y unos lapiceros, dando rienda suelta a la imaginación de unos niños que encontraban en sus propios dibujos y en colorear esa libreta la diversión que necesitaban.
Los juguetes estaban hechos de cartón, y una de las grandes ilusiones de todo niño, como le ocurría a Salvador, era encontrarse con un caballo de cartón en casa, aunque eso sólo ocurría para los niños más afortunados (o los que habían sido más buenos ese año). Las niñas, por su parte, similar a como ocurre hoy en día, gustaban de las muñecas de cartón.
Lo malo de estos materiales era su falta de resistencia, por lo que amargamente algunos niños encontraban cómo sus muñecas perdían la expresión al ser bañadas o se quemaban al acercarse demasiado a la chimenea. En cuestión de materiales, también hemos avanzado en calidad actualmente.
También es cierto que en ocasiones los Reyes se mostraban tan buenos como son, y aumentaba el valor de los regalos. Una Navidad, Consuelo y sus cuatro hermanos recibieron un parchís, que disfrutaron durante todo el año siguiente, a la vez que Salvador, mucho más afortunado, y como único niño en el pueblo, recibía en su casa junto a sus dos hermanos una bicicleta, con la que poder descubrir el mundo. Lo recuerda como lo más grande ocurrido.
Y en las Nochebuenas, una tradición que no faltaba en ninguna casa, y que aún hoy se conserva en muchas otras, era la de asar castañas, algo muy especial ya que era un fruto que se comía en esta noche del año. Para aumentar el encanto, las castañas eran asadas por la propia familia, en la estufa o brasero, en una sartén con agujeros.
Tras la cena de Nochebuena, que no gozaba de tantos manjares como en la actualidad, pero que tenía el mismo encanto familiar que ahora, toda la familia se dirigía a Misa de Gallo, la misa celebrada a las 12 de la noche. Tras esto, los niños cantaban por las calles villancicos para recibir por los mayores el aguinaldo merecido por sus cantos. También era tradición que los hombres solteros cantaran villancicos o saetas a las mujeres solteras durante esta noche, en busca de un aguinaldo como dulces navideños.
En cuanto a la decoración, era mucho más escueta y sencilla que hoy en día. No había ningún Papá Noel o Reyes Magos colgados de la ventana, ni decoración de luces como encontramos ahora. Ni si quiera árbol de navidad. Lo normal era encontrarse con un Belén, de más o menos figuras según la casa, que anunciaba que nos encontrábamos en Navidad.
Otro aspecto, muy destacado especialmente por las abuelas, es que los típicos dulces navideños no se compraban en tiendas o supermercados como ahora, sino que se realizaban en las propias casas y por las familias.
Normalmente, era la madre o la abuela de la casa era la que se encargaba de preparar la masa realizada.Entonces los niños y niñas de la familia tenían que ayudar en la cocina amasando con todas sus fuerzas, lo que les dejaba grandes dolores de brazos, para que, posteriormente, la cocinera situara los moldes sobre la masa para realizar los dulces navideños. Esta tradición, hoy bastante perdida, se realizaba durante toda la Navidad y era un momento de encuentro entre varias generaciones que se unían para realizar estos manjares. Seguro que son muchas las abuelas que aún pueden recordar las recetas navideñas, pero por si no es así, finalizamos este viaje a las navidades pasadas con las recetas de algunos de los dulces típicos de estas fechas para que, si tenemos tiempo, recuperemos esta bonita tradiciónelos: de nuestros abuelos.
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